En Grade 1B, cada día comienza con voces curiosas, preguntas y miradas que exploran. Las y los estudiantes llegan desde casa con energía propia para descubrir el mundo y necesitan espacios que los acojan, los inspiren y les den la seguridad para aprender. En este contexto, el aula se convierte en un maestro silencioso: uno que enseña sin palabras, pero con cada detalle de su organización, distribución y diseño.
El aprendizaje significativo requiere que las niñas y los niños comprendan y se apropien del entorno que los rodea. A los seis y siete años, las rutinas, la claridad y el orden son esenciales para que la atención, el razonamiento y las emociones trabajen en armonía (Martínez Ortiz, 2017). Por este motivo, es fundamental que la disposición y organización de materiales estén de manera accesible, visible y coherente para las mentes y los cuerpos de las y los estudiantes de Grade 1B. Ellas y ellos saben dónde encontrar lo que necesitan y cómo devolverlo a su lugar, construyendo hábitos que fortalecen su presencia en el espacio, su responsabilidad y finalmente, su autonomía.
El aula no solo acoge el aprendizaje, sino que busca provocarlo. Un estante con libros, revistas y pocketbooks cuidadosamente dispuestos puede convertirse en el inicio de una conversación sobre historia o el mundo físico que nos rodea; un rincón con elementos de la naturaleza como piedras, hojas o insectos disecados puede despertar una investigación sobre la relación entre ellos. Cada espacio al que tienen acceso las y los estudiantes dentro del aula, es un espacio que les invita a mirar, tocar, pensar y reflexionar. Como propone Wurm (2005), el ambiente educativo actúa como un tercer maestro que acompaña los procesos de exploración y descubrimiento, cuando se le propone a los más pequeños del aula de manera ordenada y respetuosa.
La manera en que se organiza y se redistribuye el aula y sus elementos también influye en la energía y la motivación del grupo (Fenwick, 1998). Cambiar la disposición de las mesas o los puntos de encuentro dependiendo el momento de la sesión de aprendizaje, genera nuevas dinámicas, promueve la colaboración y permite que los estudiantes experimenten distintas formas de participar y aprender. O’Halloran y Podlasov (2012) denominan a esta relación entre movimiento, interacción y entorno pedagogía espacial: una forma de enseñar y aprender que reconoce el valor del espacio como parte activa a la hora de aprender.
Cuando el entorno está pensado para ser funcional, accesible y cálido, todos los que comparten el aula se benefician. Como señalan Clinton y Wilson (2019), los espacios preparados para el aprendizaje activo promueven actitudes más colaborativas y comprometidas. De esta manera, buscamos constantemente crear contextos físicos que motiven a nuestras y nuestros estudiantes a ser agentes autónomos en su propio proceso formativo. En Grade 1B, esa colaboración se traduce en una comunidad que crece junta: donde el aula enseña tanto como las experiencias que desarrollamos en ella.
Referencias
Clinton, V., Wilson, N. More than chalkboards: classroom spaces and collaborative learning attitudes. Learning Environ Res 22, 325–344 (2019). https://doi.org/10.1007/s10984-019-09287-w
Fenwick, T. (n.d.). Managing space, energy, and self: junior high teachers’ experiences of classroom management. In Teaching and Teacher Education (Vol. 14, pp. 619-631). https://doi.org/10.1016/S0742-051X(98)00012-2
Martínez Ortiz, E. (2017). Neuroarquitectura y Educación. https://revistas.innovacionumh.es/index.php/doctorado/article/view/641
O´Halloran, K.L., & Podlasov, A. (2012). Spatial pedagogy: mapping meanings in the use of classroom space. https://doi.org/10.1080/0305764X.2012.676629
Wurm P., J. (2005). Capítulo 2, Espacio y ambiente. In WORKING IN THE REGGIO WAY. A beginner’s guide for American teachers. Lucía Bronzoni