Entrar a dictar una clase siempre es un lujo. Es, en muchos sentidos, un acto de confianza. Te enfrentas a un grupo de estudiantes que, si bien todos cursan el mismo año, sus edades, sus intereses, su altura o la talla de su ropa son distintas. Esos elementos tangibles nos recuerdan, con fuerza, que en cada aula hay una diversidad evidente, natural y maravillosa.
Algunos atienden con plena concentración, otros participan con entusiasmo, y hay quienes se pierden mirando por la ventana, atrapados en los planes del fin de semana o sintiendo que el tema que abordamos hoy los reta más de lo esperado.
Ese es el punto de partida real de cualquier experiencia educativa. Una escena cotidiana que para muchos podría parecer caótica, pero que para quienes acompañamos es una oportunidad de mirar con atención, intervenir con criterio y sostener sin juzgar. Cada día, nuestros docentes y el equipo de Student Support entran al aula sabiendo que cada uno aprende a su manera.
Autores como Bray y McClaskey (2015) afirman que personalizar el aprendizaje no es simplemente adaptar una tarea, sino crear un entorno donde el estudiante tiene voz, decisión y propósito (p. 13). Ese entorno no se diseña solo desde el currículo: se construye desde la relación, desde la observación sensible, desde la escucha activa que caracteriza al buen docente.
En nuestra escuela partimos de una certeza: cada estudiante aprende de manera única. Por eso, una de nuestras prioridades es brindar un acompañamiento que respete sus ritmos, necesidades y también sus curiosidades. Hablamos de trayectorias personales que se despliegan en comunidad y que se hacen posibles gracias a un equipo humano que no educa desde la distancia, sino desde la cercanía.
Para que esta visión se traduzca en acciones concretas, diseñamos diferentes estrategias que nos permiten observar, apoyar y retar a cada uno de nuestros estudiantes. Este trabajo no sería posible sin un equipo de docentes que mira con profundidad y actúa con flexibilidad. Tampoco sin un equipo de soporte que sostiene, orienta y acompaña sin perder de vista el bienestar.
Algunas veces, ese acompañamiento implica una mano extra, un espacio con menos ruido o un trabajo más cercano. A esos estudiantes les ofrecemos los “pull outs”, sesiones de apoyo dentro del horario escolar, guiadas por nuestro equipo de soporte socioemocional y pedagógico. Las familias son informadas cuando su hijo o hija participa, como parte de un proceso de atención respetuosa e individualizada.
Otras veces, el proceso requiere volver a ciertos fundamentos. Entonces proponemos los espacios remediales: sesiones breves y puntuales por la tarde, donde un docente convoca para reforzar aprendizajes específicos. Y también están aquellos estudiantes que pueden dar un paso más y necesitan nuevos desafíos. Para ellos diseñamos “Level Up”, una oportunidad de potenciar sus capacidades con material diferenciado dentro del aula.
En todos los casos, el mensaje es el mismo: que cada estudiante alcance su máximo potencial. Y eso requiere de un equipo que cree, que se forma, que se habla entre sí y que confía en el potencial de sus estudiantes.
Como decía Vygotsky (1978), el aprendizaje ocurre en esa “zona de desarrollo próximo” donde el niño no está solo, pero tampoco depende de nadie. El docente ahí no impone, no resuelve, sino que observa, pregunta, propone. Y su mayor gesto de profesionalismo es saber cuándo intervenir… y cuándo apartarse.
Lo mismo sostiene Fullan (2018), quien afirma que el reto actual de la educación no es preparar estudiantes para exámenes, sino para impactar el mundo con empatía, creatividad y acción. Por eso, personalizar el aprendizaje no es fragmentar; por el contrario, permite ofrecer distintos caminos para que cada uno avance a su manera, dentro de una comunidad que aprende junta.
Si hay algo que sabemos quienes estamos en educación, es que cuando tienes un equipo comprometido por vocación, capaz de acompañar a cada estudiante desde donde está, con la ayuda que necesita y el reto que merece, entonces sí: una escuela puede acompañar a todos sin perder a nadie y permitir que todos alcancen su máximo potencial.