El aprendizaje en educación inicial se fortalece cuando logramos construir puentes entre la escuela y la familia. Por ello, cuando hablamos de aprendizaje significativo, partimos de la cotidianidad. Al conectar el propósito de la sesión con los conocimientos y experiencias de los estudiantes, logramos que el aprendizaje tenga sentido para ellos. Esto les permite sentirse seguros de sí mismos, comprender mejor, despertar su curiosidad, participar con entusiasmo e interesarse por aprender más.

Este proceso se potencia cuando incentivamos a los niños de kinder a llevar el aprendizaje a casa y cuenten lo que hicieron durante el día. Una canción que cantaron, una historia que escucharon, una pregunta que los dejó pensando o algo que descubrieron en clase se convierten en puntos de conversación con sus familias. Cuando en casa los escuchan, hacen preguntas y se interesan por lo que comparten, el aprendizaje se vuelve cíclico, y lo que empezó en la escuela crece en el hogar y regresa al aula con nuevos significados (Epstein, 2010).

¿Y cómo sucede esto? Los estudiantes ingresan al aula con la ilusión de compartir esa conversación valiosa que tuvieron con su familia. Antes de empezar con sus rutinas, inician con un, “¿Sabías que en mi casa…?”. Traen un libro que leyeron por la tarde, un objeto que relacionaron con lo aprendido o comparten una anécdota que vivieron. Todo esto construye un puente significativo entre la escuela y el hogar, enriquece la clase, y convierte el aprendizaje en algo divertido y parte de su vida cotidiana.

De esta manera, el aprendizaje se interioriza. Deja de ser solo un contenido “escolar” para convertirse en una herramienta poderosa para comprender el mundo, tomar decisiones, convivir y crecer como personas.

Por eso, aprender no termina cuando se acaba la clase. Sigue en casa, se enriquece con las vivencias de cada uno de los estudiantes, y regresa al aula con nuevos sentidos que fortalecen el proceso cada día.